"Decidí que, de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía"
Rodolfo Walsh

lunes, 4 de junio de 2012

Volver a hablar del FOSMO



El 31 de agosto de 1994 tenía 9 años, y recuerdo con alegría ese día, cuando el Servicio Militar Obligatorio fue suspendido. Era una parada importante en un camino que no hemos terminado de recorrer.
Por esas jugadas del tiempo que a veces dan bronca, no conocí a mi abuelo Eduardo. Él se iba y yo estaba por llegar. Pero supe, desde antes de tener memoria, que fue un valiente gigante. Lo conozco desde sus hijos, desde mi papá, desde otros luchadores que tuvieron el placer de conocerlo. Escuché a Madres contar que en las marchas en tiempos de dictadura, se sentían seguras porque mi abuelo iba con ellas, del brazo y adelante. Supe que fue el primer padre en oponerse al Servicio Militar Obligatorio. Era 1982 y el tipo le mandó una carta documento al entonces presidente de facto, Reynaldo Bignone. Amparado en la patria potestad, se negó a que mi tío hiciera la colimba. Era el primero de los hermanos varones que salía sorteado para alejarse un año de su casa y aprender a manejar armas de guerra, para correr, barrer y limpiar a gusto y placer de los militares. “Los educamos bajo los valores de la paz y el amor, y le quieren enseñar a matar”, era el razonamiento tan simple y lógico de mis abuelos. Eduardo se plantó frente al regimiento donde habían llevado a uno de sus hijos, los medios no tardaron en llegar, el hombre de barba blanca comenzaba una huelga de hambre. Finalmente mi tío fue declarado como “no apto” para hacer la colimba. 


Adolfo Pérez Esquivel, Luis Farinello, Eduardo Pimentel, Jorge Novak

Ese acto disparatado y valiente generó revuelo. Y el revuelo más lindo fue el Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio (FOSMO), donde padres con los mismos cuestionamientos que mis abuelos, comenzaron a juntarse y pensar formas de cambiar la obligatoriedad del SMO. Porque nadie se opone a la vocación de un hombre o mujer que elige la carrera militar, el asunto es obligar a los que no lo sienten. A eso se oponían. Mi abuelo dejó sus últimas fuerzas en un acto frente al Congreso. Era 6 de agosto y hacía mucho frío. Tres días más tarde, a los 61 años, murió. Seis meses después nacía yo.
Mi abuelo comenzó un camino que luego de su partida, siguió adelante. Pablo Pimentel, el mayor de sus hijos varones y mi padre, que ya acompañaba la militancia de Eduardo, siguió con el FOSMO, entre otros tales como Fernando Portillo, Alfredo Grande, y tantos padres que se fueron sumando a ese grito de “libertad de consciencia”.

Los recuerdo reunidos en casas viejas de la Capital Federal, con pisos de madera que sonaban mientras yo recorría indagando el edificio. Eudoro Palacios, ese padre que perdió a su hijo Daniel en abril del ’83, mientras hacía la colimba. No sólo les enseñaban a matar, cuando querían también los mataban. En la historia de Daniel se basó un capítulo de la miniserie Sin Condena, esa que cerraba con el Himno interpretado por Charly.

Festivales, actos, notas en diarios, radios y tv, una remera del FOSMO que tenía un casco tachado con el logo de prohibido, manifestaciones frente a cuarteles, eran cosas habituales en mis días de niña. Nueve años tenía y recuerdo que estaba junto a mi abuela, esposa de Eduardo, cuando vimos la noticia. “El SMO es suspendido, y será voluntario”. No me acuerdo exacto, pero dijo algo de su amado Eduardo. Y festejamos.
Fue una parada importante en el camino, pero hay que recordar que en 1901, el entonces presidente Julio Argentino Roca, promulgó la ley 4.301, comenzando con el SMO en nuestro país. Seis décadas más tarde, el gobierno de Onganía y Lanusse modifican la ley del genocida Roca poniendo en vigencia la que rige en nuestros días, la ley 17.531. Así como teníamos una ley de radiodifusión de la dictadura (1981) y se decidió de manera acertada modificarla, sepamos que tenemos una ley de otra dictadura (1967) que descansa en la Constitución argentina. Que ante cualquier conflicto interno y/o externo, básicamente una guerra, o cuando lo crea necesario, el Estado puede terminar con la suspensión del SMO y convocar a jóvenes de 18 años a realizar la colimba.

Por eso, apoyo con plena convicción la derogación de la ley 17.531. A los 18 años los chicos comienzan a vivir, a elegir, a buscar. Alejarlos de los suyos y encerrarlos en un cuartel por un año me parece una locura, y cuesta comprender cómo la sociedad argentina naturalizó por tantos años el SMO; y más cuesta entender, cómo está vigente la misma ley. “Si Menem -se dice- lo suspendió”, propongamos entonces a este gobierno que lo termine. Y si no, al siguiente.

Pasaron 18 años desde la suspensión del SMO, desde el asesinato del soldado Carrasco en Zapala; 18, como la edad de los chicos obligados a hacerlo. Pongamos en debate si es necesario mantener con vigencia esta ley. Muchos creen que el SMO fue abolido, comencemos aclarando esta confusión. No fue así.
Por los soldados torturados y asesinados en los cuarteles, por los pibes de Malvinas, por los objetores de consciencia, por los que fueron obligados y no querían hacerlo, por los padres que se opusieron, y por nuestros hijos, terminemos con la ley del Servicio Militar Obligatorio.


Paula Pimentel

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